Homilía del 15 de Noviembre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del Papa Francisco del 21 de agosto de 2018: Evangelio y Palabra del día

LECTURA DEL DÍA


Leitura del Libro de la Sabiduría
Sab 13, 1-9

Insensatos han sido todos los hombres
que no han conocido a Dios
y no han sido capaces de descubrir,
a través de las cosas buenas que se ven a «Aquel-que-es»
y que no han reconocido al artífice, fijándose en sus obras,
sino que han considerado como dioses
al fuego, al viento, al aire sutil,
al cielo estrellado, al agua impetuosa
o al sol y a la luna, que rigen el mundo.

Si fascinados por la belleza de las cosas,
pensaron que éstos eran dioses,
sepan cuánto las aventaja el Señor de todas ellas,
pues fue el autor mismo de la belleza quien las creó.
Y si fue su poder y actividad lo que los impresionó,
deduzcan de ahí cuánto más poderoso es aquel que las hizo;
pues reflexionando sobre la grandeza y hermosura de las creaturas
se puede llegar a contemplar a su creador.

Sin embargo, no son éstos tan dignos de reprensión,
pues tal vez andan desorientados,
buscando y queriendo encontrar a Dios.
Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas
y se dejan fascinar por la belleza de las cosas que ven.
Pero no por eso tienen excusa,
pues si llegaron a ser tan sabios para investigar el universo,
¿cómo no llegaron a descubrir fácilmente a su creador?


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Lucas
Lc 17, 26-37

En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: «Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos.

Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste.

Aquél día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada».

Entonces, los discípulos le dijeron: «¿Dónde sucederá eso, Señor?» Y él les respondió: «Donde hay un cadáver, se juntan los buitres».


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


«Pensar en nuestra muerte no es una fantasía mala»; de hecho, vivir bien cada día como si fuera «el último» y no como si esta vida fuera «una normalidad» que dura para siempre, podrá ayudar a encontrarse verdaderamente listos cuando el Señor llame. Es una invitación a reconocer serenamente la verdad existencial de nuestra existencia lo que el Papa Francisco propuso en la misa celebrada el viernes 17 de noviembre, por la mañana, en Santa Marta.

«En estas dos últimas semanas del año litúrgico —hizo presente inmediatamente— la Iglesia en las lecturas, en la misa, nos hace reflexionar sobre el final». Por una parte, claro «el final del mundo, porque el mundo se derrumbará, será transformado» y llegará «la venida de Jesús, al final». Pero, por la otra parte, la Iglesia habla también del «fin de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros morirá: la Iglesia, como madre, maestra, quiere que cada uno de nosotros piense en la propia muerte».

«A mí me llama la atención —confesó el Pontífice, haciendo referencia al pasaje evangélico de san Lucas (17, 26-37)— lo que dice Jesús en este paso que hemos leído». En particular su respuesta «cuando preguntan cómo será el fin del mundo». Pero, mientras tanto, relanzó el Papa las palabras del Señor, «pensemos en cómo será mi final». En el Evangelio Jesús usa las expresiones «como sucedió en los días de Noé» y «como sucedió en los días de Lot». Para decir, explicó, que los hombres «en aquel tiempo comían, bebían, tomaban mujer, tomaban marido, hasta el día que Noé entró en el arca». Y, aún «como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían».

Pero he aquí, continuó el Papa, cuando llega «el día en el que el Señor hace llover fuego y azufre del cielo». En definitiva, «hay normalidad, la vida es normal —señaló Francisco— y nosotros estamos acostumbrados a esta normalidad: me levanto a las seis, me levanto a las siete, hago esto, hago este trabajo, voy a encontrar esto mañana, domingo es fiesta, hago esto». Y «así estamos acostumbrados a vivir una normalidad de vida y pensamos que esto siempre será así». Pero lo será, añadió el Pontífice, «hasta el día que Noé subió al arca, hasta el día que el Señor hizo caer fuego y azufre del cielo».

Porque seguramente «vendrá un día en el que el Señor nos diga a cada uno de nosotros: “ven”», recordó el Pontífice. Y «la llamada para algunos será repentina, para otros será después de una enfermedad, en un accidente: no sabemos». Pero «la llamada estará y será una sorpresa: no la última sorpresa de Dios, después de está habrá otra —la sorpresa de la eternidad— pero será la sorpresa de Dios para cada uno de nosotros».

A propósito del final, continuó, «Jesús tiene una frase, la leímos ayer en la misa: será “como el rayo que deslizándose brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día”, el día que llamará a nuestra vida».

«Nosotros estamos acostumbrados a esta normalidad de la vida —continuó Francisco— y pensamos que será siempre así». Pero «el Señor y la Iglesia, nos dice en estos días: párate un poco, párate, no siempre será así, un día no será así, un día te quitarán y lo que está junto a ti quedará».

«Señor, ¿cuándo será el día en el que me quitarán?»: precisamente «esta —sugirió el Papa— es la pregunta que la Iglesia invita a hacernos hoy y nos dice: párate un poco y piensa en tu muerte». He aquí el significado de la frase citada por Francisco, colocada al ingreso «en un cementerio, en el norte de Italia: “Peregrino, tú que pasas, piensa en tus pasos, el último paso”». Porque «habrá un último» paso.

«Este vivir la normalidad de la vida como si fuera una cosa eterna, una eternidad —explicó el Papa— se ve también en las vigilias fúnebres, en las ceremonias, en las honras fúnebres: tantas veces las personas que realmente están implicadas con la persona muerta, por la que rezamos, son pocas».

Y así «una vigilia fúnebre se transforma normalmente en un hecho social: “¿Dónde vas hoy?” — “Hoy debo ir a hacer esto, esto, esto y después al cementerio, porque hay una ceremonia”». Se convierta así en «un hecho más y allí encontramos a los amigos, hablamos: el muerto está allí, pero nosotros hablamos: normal». Así «también ese momento trascendente, por el modo de caminar de la vida habitual, se convierte en un acto social». Y «esto —confió de nuevo Francisco— yo lo he visto en mi patria: en vigilias fúnebres hay un servicio de recibimiento, se come, se bebe, el muerto está allí: pero nosotros aquí hacemos un poco, no digo “fiesta”, pero hablamos, mundanamente; es una reunión más, para no pensar». «Hoy —afirmó el Pontífice— la Iglesia, el Señor, con esa bondad que tiene, dice a cada uno de nosotros: párate, párate, no todos los días serán así; no acostumbrarte como si eso fuera la eternidad; habrá un día en el que te irás, otro quedará, tú te irás». En definitiva, así «es ir con el Señor, pensar que nuestra vida tendrá final y esto hace bien porque lo podemos pensar al inicio del trabajo: hoy tal vez será el último día, no sé, pero haré bien el trabajo». Y «haré» bien también «en las relaciones en casa, con los míos, con la familia: ir bien, tal vez será el último, no lo sé». Lo mismo debemos pensar, continuó Francisco, «también cuando vamos al médico: ¿será una más o será el inicio de las últimas visitas?»

«Pensar en la muerte no es una fantasía fea, es una realidad», insistió el Pontífice, explicando: «Si es fea o no fea depende de mí, de como lo pienso yo, pero estará y allí habrá un encuentro con el Señor: esto será lo hermoso de la muerte, habrá un encuentro con el Señor, será Él quien venga al encuentro, será Él quien diga “ven, ven, bendecido por mi Padre, ven conmigo”». No sirve de nada decir: «Pero, Señor, espera que debo arreglar esto, esto». Porque «no se puede arreglar nada: aquel día quien se encuentre en la terraza y haya dejado sus cosas en casa que no baje: donde estés te tomarán, te tomarán, tu dejarás todo».

Pero «tendremos al Señor, esta es la belleza del encuentro», aseguró el Papa. «El otro día —añadió— encontré a un sacerdote, más o menos de 65 años: no se encontraba bien y fue al médico», que «después de la visita» le «ha dicho: “Mire, usted tiene esto, esto es algo malo, pero tal vez estemos a tiempo de pararla, haremos esto; si no se para haremos lo otro o si no se para comenzaremos a caminar y yo le acompañaré hasta el final”». Por eso, comentó Francisco, «¡un médico capaz aquel! Con tanta dulzura dijo la verdad: también nosotros acompañémonos en este camino, andemos juntos, trabajemos, hagamos el bien y todo, pero siempre mirando allí».

«Hoy hagamos esto» concluyó el Papa, porque «nos hará bien a todos pararnos un poco y pensar en el día en el que el Señor venga a encontrarme, venga a tomarme para ir con Él».

( Santa Marta, 17 de Noviembre, 2017)


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