Homilía del 16 de setiembre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 16 de setiembre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA

PRIMERA LECTURA

Is 50, 5-9

En aquel entonces, dijo Isaías:
«El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras
y yo no he opuesto resistencia,
ni me he echado para atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda,
por eso no quedaré confundido,
por eso endurecí mi rostro como roca
y sé que no quedaré avergonzado.
Cercano está de mí el que me hace justicia,
¿quién luchará contra mí?
¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa?
Que se me enfrente.
El Señor es mi ayuda,
¿quién se atreverá a condenarme?»

SEGUNDA LECTURA

Sant 2, 14-18

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?

Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: «Que te vaya bien; abrígate y come», pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.

Quizá alguien podría decir: «Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe».

EVANGELIO DEL DÍA

Mc 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas».

Entonces él les preguntó: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías». Y él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: «¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres».

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje evangélico de este domingo nos llama una vez más a confrontarnos, por así decirlo, «cara a cara» con Jesús. En uno de los raros momentos tranquilos en los que se encuentra solo con sus discípulos, Él les pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Y ellos responden: «Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que un profeta de los antiguos había resucitado». Por lo tanto la gente apreciaba a Jesús y lo consideraba un gran profeta, pero aún no era consciente de su verdadera identidad, es decir que Él fuera el Mesías, el Hijo de Dios enviado por el Padre para la salvación de todos.

Jesús, entonces, se dirige directamente a los apóstoles —porque es esto lo que más le interesa— y pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». E inmediatamente en nombre de todos, Pedro responde: «El Cristo de Dios», es decir: Tú eres el Mesías, el Consagrado de Dios, mandado por Él para salvar a su pueblo según la Alianza y la promesa. Así Jesús se da cuenta que los Doce, y en particular Pedro, han recibido del Padre el don de la fe; y para esto comienza a hablar abiertamente —así dice el Evangelio: «abiertamente»— de lo que le esperaba en Jerusalén: «El Hijo del hombre —dice— debe sufrir mucho, y ser reprochado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

Esas mismas preguntas se nos vuelven a proponer a cada uno de nosotros: «¿Quién es Jesús para la gente de nuestro tiempo?». Pero la otra es más importante: «¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros?». Para mí, para ti… ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con gozo que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, derramando en ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso. Muchas personas perciben un vacío a su alrededor y dentro de sí —quizá, algunas veces, también nosotros—; otros viven en la inquietud y la incertidumbre a causa de la precariedad y los conflictos. Todos tenemos necesidad de respuestas adecuadas a nuestras preguntas, a nuestros interrogantes concretos. En Cristo, sólo en Él, es posible encontrar la paz verdadera y el cumplimiento de toda aspiración humana. Jesús conoce el corazón del hombre como ninguno. Por esto lo puede sanar, dándole vida y consuelo.

Después de haber concluido el diálogo con los Apóstoles, Jesús se dirige a todos diciendo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame». No se trata de una cruz ornamental, o de una cruz ideológica, sino que es la cruz del propio deber, la cruz del sacrificarse por los demás con amor —por los padres, los hijos, la familia, los amigos, también por los enemigos—, la cruz de la disponibilidad para ser solidarios con los pobres, para comprometerse por la justicia y la paz. Asumiendo esta actitud, estas cruces, siempre se pierde algo. No debemos olvidar jamás que «quien perderá la propia vida [por Cristo], la salvará». Es un perder para ganar. Y recordamos a todos nuestros hermanos que aún hoy ponen en práctica estas palabras de Jesús, ofreciendo su tiempo, su trabajo, su propia fatiga y hasta su vida para no renegar de su fe en Cristo. Jesús, mediante su Espíritu Santo, nos da la fuerza para ir hacia adelante en el camino de la fe y del testimonio: actuar de acuerdo con lo que creemos; no decir una cosa y hacer otra. Y en este camino la Virgen siempre está cerca nuestro y nos precede: dejémonos tomar de la mano por ella, cuando atravesamos los momentos más oscuros y difíciles.

(Ángelus, 9 de junio de 2016).

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