Homilía del 26 de Abril de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 26 de Abril de 2019: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Del libro de los Hechos de los Apóstoles
Hch 4, 1-12

En aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Los aprehendieron, y como ya era tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente. Pero ya muchos de los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil hombres, habían abrazado la fe.

Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y cuantos pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer ante ellos a Pedro y a Juan y les preguntaron: «¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho todo esto?»

Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro».


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Juan
Jn 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?» Ellos contestaron: «No». Entonces él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar». Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar». Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos a orillas del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cf. Jn 21, 1-19). El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar» a sus discípulos. Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presentan, en cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado… Ha sido como un sueño…».

He aquí que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocen (cf. v. 4). A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis» (v. 6). Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y dice: «Es el Señor» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.

Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. ¡Todos nosotros somos la comunidad del Resucitado! Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.

Que Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Que nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos colme de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia podamos proclamare la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia.

(Regina Coeli, 10 de abril de 2016)


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