Homilía del 8 de Abril de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 8 de Abril de 2019: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Del Libro de Daniel
Dn 13, 41-62

En aquel tiempo, la asamblea creyó a los ancianos que habían calumniado a Susana y la condenó a muerte. Entonces Susana, dando fuertes voces exclamó: “Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí”. El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, el santo impulso de ponerse a gritar: “Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer”.

Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: “¿Qué es lo que estás diciendo?” Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió: “Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad. Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio”.

Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: “Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano”. Daniel les dijo entonces: “Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a interrogar”.

Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: “Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos”. Él respondió: “Debajo de una acacia”. Daniel le dijo: “Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad”. Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: “Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?” Él contestó: “Debajo de una encina”. Replicó Daniel: “También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes”.

Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente.


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Juan
Jn 8, 12-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida”.

Los fariseos le dijeron a Jesús: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido”. Jesús les respondió: “Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí”.

Entonces le preguntaron: “¿Dónde está tu Padre?” Jesús les contestó: “Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”.

Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


El «anuncio del Evangelio» no admite «sombras» o incertidumbres, no se esconde detrás de los “quizá” o los “sí o no”. Es solamente “sí” la palabra sobre la que se funda el anuncio cristiano. Y es esta la fuerza que «lleva al testimonio», a ser «sal de la tierra» y «luz del mundo» y a «glorificar a Dios». Las imágenes y las palabras «fuertes» propuestas por la liturgia del martes 13 de junio estuvieron en el centro de la meditación del Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.

«Imágenes fuertes —dijo el Pontífice— para contar cuánto abrumador, contundente y decisivo es el anuncio del Evangelio». No se trata por tanto, explicó, «de esas palabras, de esas sombras que son un poco “sí-sí”, “no-no”, y que al final te llevan a buscar una seguridad artificial, como por ejemplo es la casuística» Estamos sin embargo frente a «palabras fuertes: “sí”, es así. Palabras que indican la fuerza del Evangelio, la fuerza del anuncio cristiano, esa fuerza que te lleva al testimonio y también a glorificar a Dios».

San Pablo, por ejemplo, en la segunda carta a los Corintios (1, 18-22), explica que en el “sí”, están encerradas «todas las promesas de Dios: en Jesús están cumplidas. Son “sí”», porque «Él es la plenitud de las promesas. En Él se cumple todo eso que ha sido prometido y por esto Él es plenitud, es “sí”». Dijo Francisco: «En Jesús no hay un “no”: siempre “sí”, por la gloria del Padre». Y añadió: «Pero también nosotros participamos de este “sí” de Jesús, porque Él nos ha concedido la unción, nos ha impreso el sello, nos ha dado la “fianza” del Espíritu». Por tanto «participamos porque estamos todos ungidos, sellados y tenemos en la mano esa seguridad – la “fianza” del Espíritu». Ese Espíritu «que nos llevará al “sí” definitivo», a «nuestra plenitud», y que «nos ayudará a convertirnos en luz y sal», es decir a dar «testimonio».

Por el contrario, «quien esconde la luz da un contra-testimonio; es un poco “sí” y un poco “no”. Tiene la luz, pero no la dona, no la hace ver y si no la hacer ver no glorifica al Padre que está en los cielos». Del mismo modo, está quien «tiene la sal, pero la toma para sí mismo y no la dona para que se evite la corrupción». El Señor, sin embargo, nos enseñó «palabras decisivas» y dijo: «Vuestro hablar sea este: sí, no. Lo superfluo proviene del maligno».

Esta «actitud de seguridad y de testimonio», explicó el Pontífice, fue encomendada por el Señor «a la Iglesia y a todos nosotros bautizados», a los cuales se pide «seguridad en la plenitud de las promesas en Cristo: en Cristo todo está cumplido», y «testimonio hacia los otros». Esto, añadió, «es ser cristiano: iluminar, ayudar a que el mensaje y las personas no se corrompan, como hace la sal».

Pero si no se aceptan «el “sí” en Jesús» y la «“fianza” del Espíritu», entonces «el testimonio será doble».

La «propuesta cristiana», especificó el Papa, es tan «sencilla» como «decisiva» y «bonita», y «da mucha esperanza». Basta por tanto preguntarse: «¿Yo soy luz para los otros? ¿Yo soy sal para los otros, que da sabor a la vida y la defiende de la corrupción? ¿Yo estoy agarrado a Jesucristo, que es el “sí”? ¿Yo me siento ungido, sellado? ¿Yo sé que tengo esta seguridad que será plena en el cielo, pero al menos es “fianza”, ahora, el Espíritu?».

Para comprender mejor las similitudes de la luz y de la sal, Francisco recordó que también «en el hablar cotidiano, cuando una persona está llena de luz decimos: “esta es una persona solar”». Aquí, explicó, estamos frente al «reflejo del Padre en Jesús, en el cual las promesas están todas cumplidas» y al «reflejo de la unción del Espíritu que todos nosotros tenemos».

Pero, concluyó, ¿cuál es el fin de todo esto? ¿Por qué «hemos recibido esto?». La respuesta se encuentra en las lecturas del día. De hecho, san Pablo dice: «Y por esto, a través de Cristo, sube a Dios nuestro “amén” para su gloria», por tanto «para glorificar a Dios». Y Jesús —en el Evangelio de Mateo (5, 13-16)— dice a los discípulos: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre».

Una vez más, «para glorificar a Dios». Por eso, sugirió el Papa, «pidamos esta gracia: de estar agarrados, enraizados en la plenitud de las promesas en Cristo Jesús, que es “sí”, totalmente “sí”», y de «llevar esta plenitud con la sal y la luz de nuestro testimonio a los otros para dar gloria al Padre que esta en los cielos».

(Santa Marta, 13 de junio de 2017)


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