Homilía del 2 de Noviembre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 2 de Noviembre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Primera lectura

Lectura del libro de la Sabiduría
Sab 3, 1-9

Las almas de los justos están en las manos de Dios
y no los alcanzará ningún tormento.
Los insensatos pensaban que los justos habían muerto,
que su salida de este mundo era una desgracia
y su salida de entre nosotros, una completa destrucción.
Pero los justos están en paz.

La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo,
pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad.
Después de breves sufrimientos
recibirán una abundante recompensa,
pues Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto agradable.

En el día del juicio brillarán los justos
como chispas que se propagan en un cañaveral.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor reinará eternamente sobre ellos.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
Rom 5, 5-11

Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.

En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.

Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.


EVANGELIO DEL DÍA


Lectura del santo Evangelio según san Juan
Jn 6, 37-40

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de conciencia. Es bueno, en efecto, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida: una persona puede ser misericordiosa o puede no ser misericordiosa; es un estilo de vida. Yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una cuestión es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las palabras de Santiago apóstol (cf. 2, 14-17) podríamos decir: la misericordia sin las obras está muerta en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de las carencias y las necesidades de quienes viven en pobreza espiritual y material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para levantar…

La vida cotidiana nos permite tocar con la mano muchas exigencias que afectan a las personas más pobres y con más pruebas. A nosotros se nos pide esa atención especial que nos conduce a darnos cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en el que se encuentran muchos hermanos y hermanas. A veces pasamos ante situaciones de dramática pobreza y parece que no nos afectan; todo sigue como si no pasara nada, en una indiferencia que al final nos convierte en hipócritas y, sin que nos demos cuenta de ello, desemboca en una forma de letargo espiritual que hace insensible el ánimo y estéril la vida. La gente que pasa, que sigue adelante en la vida sin darse cuenta de las necesidades de los demás, sin ver muchas necesidades espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es gente que no sirve a los demás. Recordadlo bien: quien no vive para servir, no sirve para vivir.

¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de Dios hacia nosotros! Del mismo modo, cuántos rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia. Quien ha experimentado en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer insensible ante las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos escuchado no admite vías de escape: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo, refugiado, enfermo, en la cárcel y me ayudasteis (cf. Mt 25, 35-36). No se puede pasar de largo ante una persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. ¡Jesús nos dice esto! Las obras de misericordia no son temas teóricos, sino que son testimonios concretos. Obligan a arremangarse para aliviar el sufrimiento.

A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para encontrar nuevas modalidades de acción. De este modo la vía de la misericordia se hará cada vez más concreta. A nosotros, pues, se nos pide permanecer vigilantes como centinelas, para que no suceda que, ante las pobrezas producidas por la cultura del bienestar, la mirada de los cristianos se debilite y llegue a ser incapaz de ver lo esencial. Ver lo esencial. ¿Qué significa? Ver a Jesús, ver a Jesús en el hambriento, en quien está en la cárcel, en el enfermo, en el desnudo, en el que no tiene trabajo y debe sacar adelante una familia. Ver a Jesús en estos hermanos y hermanas nuestros; ver a Jesús en quien está solo, triste, en el que se equivoca y necesita un consejo, en el que necesita hacer camino con Él en silencio para que se sienta acompañado. Estas son las obras que Jesús nos pide a nosotros. Ver a Jesús en ellos, en esta gente. ¿Por qué? Porque es así como Jesús me mira a mí, como nos mira a todos nosotros.

(Audiencia Jubilar, 30 de junio de 2016)


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