Homilía del 26 de Enero de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 26 de Enero de 2019: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


De la Segunda Carta de Pablo a Timoteo
2 Tm 1, 1-8

Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, conforme a la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Cuando de noche y de día te recuerdo en mis oraciones, le doy gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia pura, como lo aprendí de mis antepasados.

No puedo olvidar tus lágrimas al despedirnos y anhelo volver a verte para llenarme de alegría, pues recuerdo tu fe sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y que estoy seguro que también tienes tú.

Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios.


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Marcos
Mc 3, 20-21

En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


[…] También en las lecturas propuestas por la liturgia se habla de misionariedad, con Jesús que envía a los discípulos (Lucas 10, 1 -9) y con Pablo y Bernabé que son enviados (Hechos de los Apóstoles 13, 46-49). Pero, se preguntó Francisco, ¿cómo debe ser «la personalidad de un enviado, de un enviado a proclamar la Palabra de Dios?». Emergieron tres características.

En primer lugar, «de Pablo y Bernabé se dice que hablaban con franqueza». Por tanto, dijo el Papa, la Palabra de Dios se debe llevar «con franqueza, es decir, abiertamente; también con fuerza, con valentía». Son precisamente éstas, explicó, las traducciones de la palabra griega usada por Pablo en la Escritura: parresía. Esto significa que «la palabra de Dios no se puede llevar como una propuesta —“pero, si te gusta…”— o como una idea filosófica o moral, buena —“pero, tú puedes vivir así…”». Ésta sin embargo «necesita ser propuesta con esta franqueza, con esa fuerza, para que la palabra penetre, como dice el mismo Pablo, hasta los huesos».

Sucede de hecho que «la persona que no tiene valentía — valentía espiritual, valentía en el corazón, que no está enamorada de Jesús, y de ahí le viene la valentía— dirá, sí, algo interesante, algo de moral, algo que hará bien, un bien filantrópico», pero en él no se encontrará la Palabra de Dios. Así será «incapaz de formar al Pueblo de Dios», porque «sólo la palabra de Dios proclamada con esta franqueza, con esta valentía, es capaz de formar al Pueblo de Dios».

La segunda característica del enviado emerge del pasaje evangélico. Aquí Jesús dice: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Comentó el Papa: «la Palabra de Dios es proclamada con oración», y esto se hace «siempre». De hecho, añadió, «sin oración, tú puedes dar una bonita conferencia, una bonita instrucción, buena, buena, pero no es la Palabra de Dios. Solamente de un corazón en oración puede salir la Palabra de Dios». Es necesario por tanto la oración «para que el Señor acompañe este sembrar la Palabra, para que el Señor riegue la semilla para que germine».

Finalmente, del Evangelio emerge «una tercera característica que es interesante». Se lee: «os envío como corderos en medio de lobos». ¿Qué significa? «El verdadero predicador —explicó el Pontífice— es el que sabe que es débil, que sabe que no puede defenderse de sí mismo». El enviado «en medio de los lobos» podría objetar: «¿Pero, Señor, para que me coman?». La respuesta es: «¡Tú ve! Este es el camino». Al respecto Francisco hizo referencia a una «reflexión muy profunda» de Juan Crisóstomo: «Pero si tú no vas como cordero, si vas como lobo entre los lobos, el Señor no te protege: defiéndete solo». Es decir: «cuando el predicador se cree demasiado inteligente o cuando ese que tiene la responsabilidad de llevar adelante la Palabra de Dios quiere hacerse el astuto» y quizá piensa: «¡Ah, yo puedo con esta gente!», entonces «terminará mal», o «negociará la Palabra de Dios: con los poderosos, con los soberbios…».

Para apoyar este pensamiento, el Papa contó una historia («no sé si es verdadera o no —dijo— pero ayuda a pensar»). Se refiere a una persona «que presumía de predicar bien la Palabra de Dios y se sentía lobo: “Yo tengo la fuerza, no necesito, no soy un cordero”». Después de su predicación, fue al confesionario, y se arrodilló «un “pez gordo”, un gran pecador», que «lloraba, lloraba, lloraba» por los «muchos pecados» y, «arrepentido, quería pedir perdón». Entonces el confesor, pensando que era gracias a su predicación, «empezó a hincharse de vanidad» y preguntó al penitente: «Dígame, ¿cuál es la palabra que dije le ha tocado más, con la cual sintió que tenía que arrepentirse?». Y la respuesta fue: «Ha sido cuando usted dijo: pasamos a otro tema».

Es sólo una anécdota para explicar que «cuando el que debe llevar la Palabra de Dios lo hace seguro de sí mismo y no como un cordero, termina mal». Si en cambio lo hace «como un cordero, será el Señor el que defienda a los corderos. Los lobos no podrán. Quizá te quitarán la vida, pero tu corazón permanecerá fiel al Señor».

«Así —concluyó el Papa— es la misionaridad de la Iglesia. Así se proclama la Palabra de Dios. Así son los grandes misioneros, los que proclaman la Palabra no como algo propio, sino con la valentía, la franqueza que viene de Dios». Son aquellos que «como se sienten poca cosa, rezan». Por tanto «los grandes heraldos que han sembrado y han ayudado a hacer crecer las Iglesias en el mundo, han sido hombres valientes, de oración y humildes». Por otro lado, añadió el Pontífice, «el mismo Jesús lo dice: “Y cuando vosotros hayáis hecho todo esto, decid: soy siervo inútil”. El verdadero predicador se siente inútil porque siente que es la fuerza de la Palabra, la que lleva adelante el Reino de Dios».

(Santa Marta, 14 de febrero de 2017)


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