Homilía del 10 de Enero de 2020: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 10 de Enero de 2020: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Lectura de la primera carta de san Juan
1 Jn 5, 5-13

Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.
A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas para que sepan que tienen la vida eterna.


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Lucas
Lc 5, 12-16

En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: “Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio”.
Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el evangelio de hoy el evangelista Lucas antes de presentar el discurso programático de Jesús de Nazaret, resume brevemente la actividad evangelizadora. Es una actividad que Él realiza con la potencia del Espíritu Santo: su palabra es original, porque revela el sentido de las Escrituras, es una palabra que tiene autoridad, porque ordena incluso a los espíritus impuros, y estos le obedecen (cf. Mc 1, 27). Jesús es diferente de los maestros de su tiempo: por ejemplo Jesús no abrió una escuela dedicada al estudio de la Ley, sino que sale para predicar y enseñar por todas partes: en las sinagogas, por las calles, en las casas, siempre moviéndose. Jesús también es distinto de Juan el Bautista, quien proclama el juicio inminente de Dios, mientras que Jesús anuncia su perdón de Padre.

Y ahora imaginémonos que también nosotros entramos en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde Jesús creció hasta aproximadamente sus 30 años. Lo que allí sucede es un hecho importante que delinea la misión de Jesús. Él se levanta para leer la Sagrada Escritura. Abre el pergamino del profeta Isaías, el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). Después, tras un momento de silencio lleno de expectativa por parte de todos, dice, para sorpresa general: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21).

Evangelizar a los pobres: esta es la misión de Jesús, como Él dice; esta es también la misión de la Iglesia y de cada bautizado en la Iglesia. Ser cristiano y ser misionero es la misma cosa. Anunciar el Evangelio con la palabra y, antes aún, con la vida, es la finalidad principal de la comunidad cristiana y de cada uno de sus miembros. Se nota aquí que Jesús dirige la Buena Nueva a todos, sin excluir a nadie, es más, privilegiando a los más lejanos, a quienes sufren, a los enfermos y a los descartados por la sociedad.

Preguntémonos: ¿Qué significa evangelizar a los pobres? Significa, antes que nada, acercarlos, tener la alegría de servirles, liberarlos de su opresión, y todo esto en el nombre y con el Espíritu de Cristo, porque es Él el evangelio de Dios, es Él la misericordia de Dios, es Él la liberación de Dios, es Él que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. El texto de Isaías, reforzado por pequeñas adaptaciones introducidas por Jesús, indica que el anuncio mesiánico del Reino de Dios que vino entre nosotros se dirige de manera preferencial a los marginados, a los prisioneros y a los oprimidos.

Probablemente en el tiempo de Jesús estas personas no estaban en el centro de la comunidad de fe. Podemos preguntarnos: hoy, en nuestras comunidades parroquiales, en las asociaciones, en los movimientos, ¿somos fieles al programa de Cristo? La evangelización de los pobres, llevarles el feliz anuncio, ¿es la prioridad? Atención: no se trata sólo de dar asistencia social, menos aún de hacer actividad política, Se trata de ofrecer la fuerza del Evangelio de Dios que convierte los corazones, sana las heridas, transforma las relaciones humanas y sociales, de acuerdo a la lógica del amor. Los pobres, de hecho, están en el centro del Evangelio.

Que la Virgen María, Madre de los evangelizadores, nos ayude a sentir fuertemente el hambre y la sed del evangelio que hay en el mundo, especialmente en el corazón y en la carne de los pobres. Y obtenga para cada uno de nosotros y para cada comunidad cristiana poder dar testimonio concreto de la misericordia, la gran misericordia que Cristo nos ha donado.

(Angelus, 24 de enero de 2016)


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