Homilía del 22 de Octubre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 22 de Octubre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos
Rom 5, 12. 15. 17-19. 20-21

Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, así la muerte llegó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.

Ahora bien, con el don de Dios supera con mucho al delito. Pues si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios.

En efecto, si por el pecado de un solo hombre estableció la muerte su reinado, con mucha mayor razón reinarán en la vida por un solo hombre, Jesucristo, aquellos que reciben la gracia sobreabundante que los hace justos.

En resumen así como por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que da la vida. Y así como por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores, así por la obediencia de uno solo, todos serán hechos justos.

De modo que, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, para que así como el pecado tuvo poder para causar la muerte, así también la gracia de Dios, al justificarnos, tenga poder para conducirnos a la vida eterna por medio de Jesús, nuestro Señor.

EVANGELIO DEL DÍA

Evangelio según Lucas
Lc 12, 35-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos».

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

Los cristianos están llamados a ser hombres y mujeres de esperanza, unidos por la certeza de un Dios que no abandona. Lo recordó el Papa Francisco en la misa del martes 21 de octubre.

Comentando la liturgia del día y el Evangelio de san Lucas (12, 35-38) en donde Jesús invita a sus discípulos a ser como los siervos que esperan vigilantes el regreso del señor de las bodas, el Pontífice preguntó: «¿Pero quién es ese dueño y señor, que viene de la fiesta de bodas, a altas horas de la noche?». La respuesta la da Jesús mismo: «Soy yo quien ha venido para servirte».

Jesús —lo confirmó también san Pablo en la Carta a los Efesios (2, 12-22)— es aquel que «vino a servir, no a ser servido». Y el primer regalo que hemos recibido de Él es el de una identidad. Jesús nos ha dado una «ciudadanía, pertenencia a un pueblo, nombre, apellido». Retomando las palabras del apóstol, quien recuerda a los paganos que cuando estaban sin Cristo estaban «excluidos de la ciudadanía», el Papa Francisco destacó: «Sin Cristo no tenemos una identidad».

Gracias a Él, en efecto, de estar divididos nos convertimos en un «pueblo». Éramos «enemigos, sin paz», aislados, pero Jesús «con su sangre nos unió». San Pablo es también la pauta para profundizar en este tema. En la Carta a los Efesios se lee: «Él es nuestra paz; el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba». Todos sabemos, recordó el obispo de Roma, que «cuando no estamos en paz con las personas, hay un muro que nos divide». Pero Jesús «nos ofrece su servicio de abatir este muro». Gracias a Él «podemos encontrarnos».

De pueblo disgregado, compuesto por hombres aislados los unos de los otros, Jesús con su servicio «nos acercó a todos, nos hizo un solo cuerpo». Y lo hizo reconciliándonos a todos en Dios. Así, «de enemigos» llegamos a ser «amigos» y de «extraños» ahora podemos sentirnos «hijos».

«Pero ¿cuál es la condición» por la que de «extranjeros», de «gente de la calle», nos han hecho capaces de llegar a ser «conciudadanos de los santos»? Tener la confianza —respondió el Papa— del regreso del señor de las bodas, de Jesús. Es necesario «esperarlo» y estar siempre preparados: «Quien no espera a Jesús, cierra la puerta a Jesús, no le deja hacer esta obra de paz, de comunidad, de ciudadanía; de más: de nombre». Ese nombre que nos recuerda lo que realmente somos: «hijos de Dios».

Por eso «el cristiano es un hombre o una mujer de esperanza», porque «sabe que el Señor vendrá». Y cuando esto suceda, aunque «no sabemos la hora», no querrá «encontrarnos aislados, enemigos», sino como Él nos ha hecho gracias a su servicio: «amigos, vecinos, en paz».

Por eso es importante, concluyó el Papa Francisco, preguntarse: «¿Cómo espero a Jesús?». Pero sobre todo: «¿Espero o no espero» a Jesús? Muchas veces, en efecto, también nosotros cristianos «nos comportamos como paganos» y «vivimos como si nada debiera suceder». Tenemos que estar atentos a no ser como el «egoísta pagano», que actúa como si él mismo «fuera un dios» y piensa: «yo me las apaño solo». Quien actúa de esta manera «acaba mal, termina sin nombre, sin cercanía, sin ciudadanía». En cambio, cada uno de nosotros se debe preguntar: «¿Creo en esta esperanza de que Él vendrá?». Y aún más «¿Tengo el corazón abierto, para sentir el ruido cuando toca a la puerta, cuando abre la puerta?».

(Santa Marta, 21 de octubre de 2014)

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