Homilía del 26 de Octubre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 26 de Octubre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Ef 4, 1-6

Hermanos: Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz.

Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también una sola es la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos.


EVANGELIO DEL DÍA


Lc 12, 54-59

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «Cuando ustedes ven que una nube se va levantando por el poniente, enseguida dicen que va a llover, y en efecto, llueve. Cuando el viento sopla del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? ¿Por qué, pues, no juzgan por ustedes mismos lo que les conviene hacer ahora?

Cuando vayas con tu adversario a presentarte ante la autoridad, haz todo lo posible por llegar a un acuerdo con él en el camino, para que no te lleve ante el juez, el juez te entregue a la policía, y la policía te meta en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de ahí hasta que pagues el último centavo».


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


La reflexión partió del pasaje de la carta a los Efesios (4, 1-6) donde san Pablo «trata de explicar, de ayudar a comprender a los Efesios el misterio de la Iglesia». Un misterio, dijo el Papa Francisco, que podemos comprender «sólo si somos pequeños». Y, en efecto, la liturgia misma, a través del versículo antes del Evangelio —«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque a los pequeños has revelado los misterios del reino»— impulsa a los fieles a pedir «esta gracia, con el mismo espíritu de ayer, el espíritu de alabanza, de adoración».

En la carta, destacó el Pontífice, «Pablo es claro» e indica aquello que es más importante: es decir, preocuparnos por «conservar la unidad en el espíritu por medio del vínculo de la paz». Por lo demás, añadió, «el saludo del Señor: “Paz a vosotros”, es un saludo que crea un vínculo; un saludo que nos une para crear la unidad en el espíritu». Precisamente por esta senda «se profundiza, en el misterio de la Iglesia, la unidad», que es lo que «Jesús había pedido al Padre en la última Cena: “Que ellos —los míos— sean uno, como tú y yo”». Y el apóstol continúa y lo explica mejor: «Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos».

«Pero —preguntó Francisco— ¿quién hace la unidad? El vínculo de la paz». En efecto, «si no hay paz, si no somos capaces de saludarnos en el sentido más amplio de la palabra, de tener el corazón abierto con espíritu de paz, nunca habrá unidad. La unidad en el mundo, la unidad en las ciudades, en el barrio, en la familia». No por casualidad «el espíritu del mal siembra guerras, siempre. Celos, envidias, luchas, habladurías… son cosas que destruyen la paz y como consecuencia no puede haber unidad».

Pero, ¿cómo debe comportarse, concretamente, un cristiano «para hallar esta unidad?». La respuesta, también ahora la encontramos en la carta paulina: «Comportaos de una manera digna… con toda humildad, mansedumbre y paciencia». Tres actitudes en las que se detuvo el Papa.

Ante todo la humildad: «no se puede ofrecer la paz sin la humildad. Donde hay soberbia, siempre hay guerra, siempre ese querer vencer sobre el otro, creyéndose superior. Sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad». Luego la «dulzura, es decir la mansedumbre». Y aquí el Pontífice dijo: «Tal vez es un poco exagerado, pero me atrevo a decirlo: hemos olvidado la capacidad de hablar con dulzura, nuestro modo de hablar es más bien reprendiéndonos. O hablando mal de los demás… no hay dulzura. Y la dulzura tiene un punto que es la capacidad de soportar los unos a los otros». En efecto, san Pablo escribe: «Soportándoos unos a otros». Por lo tanto, añadió el Papa, se necesita mucha «paciencia: soportar los defectos de los demás, las cosas que no nos gustan».

Por último la «magnanimidad». O sea tener un «corazón grande, un corazón amplio que tiene espacio para todos y no condena, no se queda en las pequeñas cosas», no va detrás de habladurías como: «qué dijo este…» o «he escuchado esto…». Sino más bien un corazón donde «hay sitio para todos. Y esto construye el vínculo de la paz, este es el modo digno de comportarnos para construir el vínculo de la paz que es creador de unidad». Quien crea la unidad, explicó Francisco, «es el Espíritu Santo», pero tener ciertas actitudes «favorece, prepara la creación de la unidad».

Completando esta meditación, el Pontífice invitó también a leer el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios, donde «Pablo retoma esta catequesis sobre el misterio de la Iglesia» y «enseña cómo hacer espacio al Espíritu, con qué actitudes nuestras, para que él cree la unidad». Y enseña también «cómo construir entre nosotros el vínculo de la paz para que el Espíritu cree la unidad».

El misterio de la Iglesia —concluyó el Papa invitando a todos a rezar al Espíritu Santo para que nos dé la gracia de comprenderlo y vivirlo— «es el misterio del cuerpo de Cristo: “Una sola fe, un solo bautismo”, “un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos”, obra “por medio de todos y está presente en todos”: esta es la unidad que Jesús pidió al Padre para nosotros y que nosotros debemos ayudar a construir, esta unidad, con el vínculo de la paz. Y el vínculo de la paz crece con la humildad, con la dulzura, soportándose unos a otros, y con la magnanimidad».

(Santa Marta, 21 de octubre de 2016).


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