Homilía del 29 de agosto de 2018: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 29 de agosto de 2018: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA

2 Tes 3, 6-10. 16-18

Hermanos: Les mando, en nombre del Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que viva ociosamente y no según la enseñanza que de mí recibieron. Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar. Así, cuando estaba entre ustedes, les decía una y otra vez: «El que no quiera trabajar, que no coma».

Que el Señor de la paz les conceda su paz siempre y en todo. Que el Señor esté con todos ustedes. Este saludo es de mi puño y letra. Así firmo yo, Pablo, en todas mis cartas; ésta es mi letra. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.

EVANGELIO DEL DÍA

Mc 6, 17-29

En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: «No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano». Por eso Herodes lo mandó encarcelar.

Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.

La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: «Pídeme lo que quieras y yo te lo daré». Y le juró varias veces: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».

Ella fue a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?» Su madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: «Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.

Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO

A Jesús se le debe anunciar y testimoniar con fuerza y claridad, sin medias tintas, volviendo siempre a la fuente del «primer encuentro» con Él y sabiendo vivir también la experiencia de la «oscuridad del alma». La «imagen del discípulo» trazada por el Papa Francisco corresponde a los elementos esenciales de Juan el Bautista. Y precisamente en la figura del precursor el Pontífice centró la meditación en la misa celebrada el viernes 7 de febrero en la capilla de la Casa Santa Marta.

Partiendo del relato de su predicación y su muerte, narrado por el Evangelio de Marcos (6, 14-29), el Papa dijo que Juan era «un hombre que tuvo un breve tiempo de vida, un breve tiempo para anunciar la Palabra de Dios». Él era «el hombre que Dios envió a preparar el camino a su Hijo».

Pero «Juan acabó mal», decapitado por orden de Herodes. Se convirtió en «el precio de un espectáculo para la corte en un banquete». Y, comentó el Papa, «cuando existe la corte es posible hacer de todo: la corrupción, los vicios, los crímenes. Las cortes favorecen estas cosas».

El Pontífice trazó el perfil de Juan el Bautista indicando tres características fundamentales. «¿Qué hizo Juan? Ante todo —explicó— anunció al Señor. Anunció que estaba cerca el Salvador, el Señor; que estaba cerca el reino de Dios». Un anuncio que él «había realizado con fuerza: bautizaba y exhortaba a todos a convertirse». Juan «era un hombre fuerte y anunciaba a Jesucristo: fue el profeta más cercano a Jesucristo. Tan cercano que precisamente él lo indicó» a los demás. Y, en efecto, cuando vio a Jesús, exclamó: «¡Es aquél!».

La segunda característica de su testimonio, explicó el Papa, «es que no se adueñó de su autoridad moral» aunque se le había ofrecido «en una bandeja la posibilidad de decir: yo soy el mesías». Juan, en efecto, «tenía mucha autoridad moral, mucha. Toda la gente iba a él. El Evangelio dice que los escribas» se acercaban para preguntarle; «¿Qué debemos hacer?». Lo mismo hacía el pueblo y los soldados. «¡Convertíos!» era la respuesta de Juan, y «no estaféis»

También «los fariseos y los doctores» miran la «fuerza» de Juan, reconociendo en él a «un hombre recto. Por ello fueron a preguntarle: ¿pero eres tú el mesías?». Para Juan fue «el momento de la tentación y de la vanidad». Hubiese podido responder: «No puedo hablar de esto…», terminando por «dejar la pregunta en el aire. O podía decir: no lo sé… con falsa humildad». En cambio, Juan «fue claro» y afirmó: «No, yo no soy. Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no soy digno de agacharme para dasatarle la correa de sus sandalias».

Así no cayó en la tentación de robar «el título, no se adueñó del oficio». Dijo claramente: «Yo soy una voz, sólo eso. La palabra viene después. Yo soy una voz». Y «ésta —resumió el Papa— es la segunda cosa que hizo Juan: no robar la dignidad». Fue un «hombre de verdad».

«La tercera cosa que hizo Juan —continuó el Pontífice— fue imitar a Cristo, imitar a Jesús. En tal medida que, en aquellos tiempos, los fariseos y los doctores creían que él era el mesías». Incluso «Herodes, que lo había asesinado, creía que Jesús fuese Juan». Precisamente esto muestra hasta qué punto el Bautista «siguió el camino de Jesús, sobre todo en el camino del abajamiento».

En efecto «Juan se humilló, se abajó hasta el final, hasta la muerte». Y fue al encuentro del «mismo estilo vergonzoso de muerte» del Señor: «Jesús como un malhechor, como un ladrón, como un criminal, en la cruz», y Juan víctima de «un hombre débil y lujurioso» que se dejó llevar «por el odio de una adúltera, por el capricho de una bailarina». Son dos «muertes humillantes».

Como Jesús, dijo de nuevo el Papa, «también Juan tuvo su huerto de los olivos, su angustia en la cárcel cuando creía haberse equivocado». Por ello «manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: dime, ¿eres tú o me equivoqué y existe otro?». Es la experiencia de la «oscuridad del alma», de la «oscuridad que purifica». Y «Jesús respondió a Juan como el Padre respondió a Jesús: consolándole».

Precisamente hablando de la «oscuridad del hombre de Dios, de la mujer de Dios», el Papa Francisco recordó el testimonio «de la beata Teresa de Calcuta. La mujer a la que todo el mundo alababa, el premio Nobel. Pero ella sabía que en un momento de su vida, largo, existió sólo la oscuridad dentro». También «Juan pasó por esta oscuridad», pero fue «anunciador de Jesucristo; no se adueñó de la profecía», convirtiéndose en «imitador de Jesucristo».

En Juan está, por lo tanto, «la imagen» y «la vocación de un discípulo». La «fuente de esta actitud de discípulo» ya se reconoce en el episodio evangélico de la visita de María a Isabel, cuando «Juan saltó de alegría en el seno» de su madre. Jesús y Juan, en efecto, «eran primos» y «tal vez se encontraron después». Pero ese primer «encuentro llenó de alegría, de mucha alegría el corazón de Juan. Y lo transformó en discípulo», en el «hombre que anuncia a Jesucristo, que no se pone en el lugar de Jesucristo y que sigue el camino de Jesucristo».

En conclusión, el Papa Francisco sugirió un examen de conciencia «acerca de nuestro discipulado» a través de algunas preguntas: «¿Anunciamos a Jesucristo? ¿Progresamos o no progresamos en nuestra condición de cristianos como si fuese un privilegio?». Al respecto es importante mirar el ejemplo de Juan que «no se adueñó de la profecía».

Y luego un interrogante: «¿Vamos por el camino de Jesucristo, el camino de la humillación, de la humildad, del abajamiento para el servicio?».

Según el Pontífice, si nos damos cuenta de no estar «firmes en esto», es bueno «preguntarnos: ¿cuándo tuvo lugar mi encuentro con Jesucristo, ese encuentro que me llenó de alegría?». Es un modo para volver espiritualmente a ese primer encuentro con el Señor, «volver a la primera Galilea del encuentro: todos nosotros hemos tenido una». El secreto, dijo el Papa, es precisamente «volver allí: reencontrarnos con el Señor y seguir adelante por esta senda tan hermosa, en la que Él debe crecer y nosotros disminuir».

(Homilía en Santa Marta, 7 de febrero de 2014).

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