Homilía del 3 de Octubre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 3 de Octubre de 2018: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA

Job 9, 1-12. 14-16

Job tomó la palabra y les dijo a sus amigos:
«Sé muy bien que el hombre
no puede hacer triunfar su causa contra Dios.
Si el hombre pretendiera entablar pleito con él,
de mil cargos que Dios le hiciera, no podría rechazar ninguno.
El corazón de Dios es sabio y su fuerza es inmensa.

¿Quién se le ha enfrentado y ha salido triunfante?
En un instante descuaja las montañas
y sacude los montes con su cólera;
él hace retemblar toda la tierra
y la estremece desde sus cimientos.
Basta con que dé una orden y el sol se apaga;
esconde cuando quiere a las estrellas;
él solo desplegó los cielos
y camina sobre la superficie del mar.
El creó todas las constelaciones del cielo:
la Osa, Orión, las Cabrillas y las que se ven en el sur;
él hace prodigios incomprensibles, maravillas sin número.

Cuando pasa junto a mí, no lo veo;
cuando se aleja de mí, no lo siento.
Si se apodera de algo, ¿quién se lo impedirá?
¿Quién podrá decirle: ‘Qué estás haciendo?’

Si Dios me llama a juicio,
¿cómo podría yo rebatir sus acciones?
Aunque yo tuviera razón, no me quedaría otro remedio
que implorar su misericordia.
Si yo lo citara a juicio y él compareciera,
no creo que atendiera a mis razones».

EVANGELIO DEL DÍA

Lc 9, 57-62

En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: «Te seguiré a donde quiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza».

A otro, Jesús le dijo: «Sígueme». Pero él le respondió: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Jesús le replicó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios».

Otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia». Jesús le contestó: «El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».

HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI

El evangelista san Lucas nos presenta a Jesús que, mientras va de camino a Jerusalén, se encuentra con algunos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo dondequiera que vaya. Con ellos se muestra muy exigente, advirtiéndoles que «el Hijo del hombre —es decir él, el Mesías— no tiene donde reclinar su cabeza», es decir, no tiene una morada estable, y que quien elige trabajar con él en el campo de Dios ya no puede dar marcha atrás (cf. Lc 9, 57-58.61-62). A otro en cambio Cristo mismo le dice: «Sígueme», pidiéndole un corte radical con los vínculos familiares (cf. Lc 9, 59-60). Estas exigencias pueden parecer demasiado duras, pero en realidad expresan la novedad y la prioridad absoluta del reino de Dios, que se hace presente en la Persona misma de Jesucristo. En última instancia, se trata de la radicalidad debida al Amor de Dios, al cual Jesús mismo es el primero en obedecer. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Ga 5, 16). «Para ser libres nos libertó Cristo» —escribe el Apóstol— y explica que esta nueva forma de libertad que Cristo nos consiguió consiste en estar «los unos al servicio de los otros» (Ga 5, 1.13). Libertad y amor coinciden. Por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos.

(Ángelus, 27 de junio de 2010).

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