Homilía del 9 de Agosto de 2020: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 9 de Agosto de 2020: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Primera lectura

1 Reyes 19, 9a. 11-13a

Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: “Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”.

Así lo hizo Elías y, al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva.

Segunda lectura

Rom 9, 1-5

Hermanos: Les hablo con toda verdad en Cristo; no miento. Mi conciencia me atestigua, con la luz del Espíritu Santo, que tengo una infinita tristeza, y un dolor incesante tortura mi corazón.

Hasta aceptaría verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos, los de mi raza y de mi sangre, los israelitas, a quienes pertenecen la adopción filial, la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Ellos son descendientes de los patriarcas; y de su raza, según la carne, nació Cristo, el cual está por encima de todo y es Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIO DEL DÍA


Mt 14, 22-33

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa, y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron, y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, la página del Evangelio (Mt 14,22-33) describe el episodio de Jesús que, después de haber rezado toda la noche en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos, caminando sobre las aguas. La barca se encontraba en medio del lago, bloqueada por un fuerte viento contrario. Cuando ven venir a Jesús caminando sobre las aguas, los discípulos lo confunden con un fantasma y se aterrorizan. Pero Él los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no temáis!» (v. 27). Pedro, con su ímpetu habitual , le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua»; y Jesús lo llama «Ven» (vv. 28-29). Pedro, bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero a causa del viento se agitó y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame». Y Jesús le tendió la mano y lo sostuvo (vv. 30-31).

Esta narración del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, sea como individuos, sea como comunidad, también la fe de todos los que estamos hoy, aquí en la Plaza. La comunidad eclesial, esta comunidad eclesial, ¿tiene fe? ¿Cómo es la fe de cada uno de nosotros y la fe de nuestra comunidad? La barca es la vida de cada uno de nosotros pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: «Señor, mándame ir a tu encuentro» y su grito: «Señor, sálvame» se asemejan tanto a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también al miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras comunidades, marcadas por fragilidades interiores y por dificultades exteriores.

A Pedro, en ese momento, no le bastó la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda tendida a la cual sujetarse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que nos puede suceder también a nosotros. Cuando no nos sujetamos a la palabra del Señor y para tener seguridad, para tener más seguridad se consultan horóscopos y adivinos, empezamos a hundirnos. Quiere decir que la fe no es tan fuerte. El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no nos abren un camino donde todo es fácil y tranquilo; no nos ahorran las tempestades de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia, la presencia de Jesús que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades, indicándonos el camino incluso cuando esta oscuro. La fe, en resumen, no es una escapatoria de los problemas de la vida, pero nos sostiene en el camino y le da un sentido.

Este episodio es una imagen maravillosa de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe afrontar también vientos contrarios y tempestades, que amenazan con hundirla. Lo que la salva no es el coraje y las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. Esta es la garantía: la fe en Jesús y en su palabra. En esta barca estamos seguros, no obstante nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y adoramos al Señor, como los discípulos que, al final, «se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”» (v. 33). ¡Qué bello es decir a Jesús esta palabra: “¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”.¿La decimos todos juntos.?:“¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!”.

La Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe para resistir a las tormentas de la vida, a quedarnos en la barca de la Iglesia rechazando la tentación de subirnos en los botes fascinantes pero inseguros de las ideologías, de las modas y de los eslóganes.

(Angelus, 13 de agosto de 2017)


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