Homilía del 3 de Octubre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

Homilía del 3 de Septiembre de 2019: Evangelio y Palabra del Día

LECTURA DEL DÍA


Del libro de Nehemías
Neh 8, 1-4. 5-6. 8-12

En aquellos días, todo el pueblo, como si fuera un solo hombre, se reunió en la plaza que está ante la puerta del Agua y pidió a Esdras, el sacerdote y escriba, que trajera el libro de la ley de Moisés, que el Señor había prescrito a Israel. Esdras, el sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón.

Era el día primero del mes séptimo y Esdras leyó desde el amanecer hasta el mediodía en la plaza que está frente a la puerta del Agua, en presencia de los hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley.

Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera, levantado para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista del pueblo, pues estaba en un sitio más alto que todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo entonces al Señor, el gran Dios, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «¡Amén!», e inclinándose, se postraron rostro en tierra. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura.

Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que instruían a la gente, dijeron a todo el pueblo: «Este es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén ustedes tristes ni lloren (porque todos lloraban al escuchar las palabras de la ley). Vayan a comer espléndidamente, tomen bebidas dulces y manden algo a los que nada tienen, pues hoy es un día consagrado al Señor, nuestro Dios. No estén tristes, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza».

Y los levitas consolaban al pueblo, diciéndole: «No lloren, porque este día es santo. No estén tristes». Y el pueblo entero se fue a comer y a beber, mandó comida a los que no tenían nada e hizo grandes festejos, porque habían comprendido las cosas que les habían enseñado.


EVANGELIO DEL DÍA


Evangelio según Lucas
Lc 10, 1-12

En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: «La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.

Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad».


HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO


Con una oración por el cardenal Ernest Simoni, el día de su nonagésimo cumpleaños, el Papa Francisco comenzó la misa en Santa Marta, el jueves 18 de octubre por la mañana. El cardenal albanés —arrestado en la noche de Navidad de 1963 y liberado solo en 1990, después de toda una vida de trabajos forzados— estuvo acompañado por el cardenal arzobispo de Florencia, Giuseppe Betori. Y fue precisamente al cardenal Simoni a quien se dirigió el Papa durante la homilía para recordar la persecución de la que fue víctima por ser cristiano. Pero las persecuciones, afirmó el Papa con firmeza, todavía tienen lugar hoy y también en el sínodo de los obispos se presentaron testimonios heroicos de jóvenes fieles al Evangelio hasta el punto del martirio.

Francisco, al comienzo de la homilía, señaló inmediatamente que «en la oración colecta vimos que el Señor a través de San Lucas», cuya fiesta se celebra hoy, «quería revelar su cariño por los pobres». Y esto «sabemos gracias a los escritos de San Lucas: su Evangelio y los Hechos de los Apóstoles». El pasaje del Evangelio de Lucas (10, 1-9), propuesto hoy por la liturgia, señala que «cuando el Señor envía a sus setenta y dos discípulos, los envía “en pobreza”, les da consejos sobre la pobreza». Es «la pobreza del discípulo: el camino del discípulo, el Señor quiere que sea pobre». Si un discípulo está apegado al dinero, a la riqueza, «no es un verdadero discípulo», reafirmó el Papa. Sugiriendo que «hay tres formas, tres modos de vivir la pobreza en la vida de los discípulos, pobrezas diversas, tres etapas —podemos decir— de pobrezas diversas».

«La primera pobreza es: separación del dinero, de la riqueza». Al enviar a los discípulos, Jesús les aconseja que no lleven ni «bolsa, ni alforja , ni sandalias» y les dice: «Id con lo mínimo a predicar». Y, agregó el Papa, «si en el trabajo apostólico hacen falta estructuras u organizaciones que parecen ser un signo de riqueza, utilizadlas bien». Pero siempre «desapegados». En definitiva, hace falta «el corazón pobre». De hecho, «la condición para comenzar el camino del discipulado es la pobreza». En este sentido, Francisco nos invitó a pensar «en ese joven, tan bueno, hasta el punto de mover el corazón de Jesús». Ese joven «no pudo seguirlo porque tenía tantas riquezas y su corazón estaba apegado a las riquezas». En cambio, dijo el Pontífice, «si quieres seguir al Señor, elige el camino de la pobreza» y si tienes riquezas, es porque «el Señor te las ha dado para servir a los demás». Pero «tu corazón» debe estar «despegado» de ellas. Además, el Papa insistió: «el discípulo no debe temer a la pobreza, sino que debe ser pobre: esta es una de las diferentes formas de pobreza que el Señor le pide a sus discípulos». Luego, dijo Francisco, continuando su meditación, «hay otra forma de pobreza» que podemos reconocer en las propias palabras de Jesús: «Id, mirad, os envío como corderos en medio de lobos». Es «la pobreza de las persecuciones, los discípulos del Señor perseguidos a causa del Evangelio: incluso hoy en día hay muchos, calumniados».

El Papa confió al respecto: «ayer, en la sala del Sínodo, un obispo de uno de estos países donde hay persecución habló de un muchacho católico secuestrado por un grupo de jóvenes que odiaban a la Iglesia, fundamentalistas; fue golpeado y luego arrojado a una cisterna y después lanzaron barro y al final, cuando el barro le había llegado al cuello, le preguntaron por última vez: “¿renuncias a Jesucristo?”. Y él: “¡No!” Así que “tiraron una piedra y lo mataron”. Y todos lo escuchamos, esto no sucedió en los primeros siglos: ¡esto sucedió hace dos meses!». Y «es un ejemplo», dijo Francisco: «cuántos cristianos de hoy sufren persecución física: “¡Este ha blasfemado! ¡A la horca!” Es así. Las persecuciones que duran mucho tiempo y nuestro hermano de noventa años podrá contarnos muchas cosas», agregó el Papa, refiriéndose al cardenal Simoni.

«Pero hay otras persecuciones», continuó el Papa. Comenzando con la «persecución de la calumnia, los rumores y los cristianos callan, toleran esta “pobreza”». Sí, agregó, «a veces es necesario defenderse para no causar escándalo». Hay «pequeñas persecuciones en el barrio, en la parroquia: pequeñas, pero son prueba de pobreza». Y «es el segundo modo de pobreza que el Señor nos pide: el primero es dejar las riquezas, no estar con el corazón apegado a las riquezas; El segundo, recibir humildemente las persecuciones, tolerar las persecuciones. Esto es una pobreza».

Luego, Francisco explicó que también hay «un tercer modo» y lo sugiere la primera lectura de la liturgia del día, tomada de la segunda carta de San Pablo Apóstol a Timoteo (4, 10-17). Es, explicó, la «pobreza de la soledad, del abandono: cuando el discípulo, que salió con tanta fuerza para predicar al Señor, también ha tolerado las persecuciones, al final de la vida se siente abandonado: abandonado por todos». Y «este pasaje de Pablo, del gran Pablo que no temía a nada, es un ejemplo de esta pobreza». Tanto es así que, dijo el Pontífice, Pablo «escribe a su hijo —hijo del alma—, Timoteo, obispo: “Hijo mío, Demas me ha abandonado; Crescente fue a Galacia. Tito a Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Alejandro, el herrero, me causó muchos daños: ha atacado nuestra predicación. En mi primera defensa en la corte, nadie me ayudó —el gran Pablo solo, ante los jueces paganos—, todos me abandonaron. El Señor, sin embargo, estuvo cerca de mí y me dio fuerzas”». «El abandono del discípulo: ese muchacho de diecisiete, dieciocho, veinte años —dijo Francisco— quien con tanto entusiasmo deja las riquezas para seguir a Jesús; esa chica que hace lo mismo y luego con fortaleza y fidelidad tolera las calumnias, las persecuciones diarias, los celos, incluso las pequeñas o las grandes persecuciones, al final el Señor puede pedirle esto: la soledad del fin».

«Pienso en el hombre más grande de la humanidad, y esta calificación viene de la boca de Jesús: Juan el Bautista: el mayor hombre nacido de una mujer», dijo el Papa. Juan fue un «gran predicador: la gente iba a él para que los bautizara. ¿Cómo terminó? Solo, en la cárcel. Pensad qué es una celda y cómo eran las celdas de ese tiempo, porque si las de ahora son así, pensad en las de entonces». Y Juan terminó «solo, olvidado, asesinado por la debilidad de un rey, el odio de una adúltera y el capricho de una joven: así terminó el hombre más grande de la historia».

Pero «sin ir tan lejos —continuó— muchas veces en las residencias para ancianos, donde hay sacerdotes o monjas que pasaron sus vidas predicando, se sienten solos o solas, solo con el Señor: nadie los recuerda». Y «este tercer modo de pobreza, Jesús se lo prometió a Pedro: cuando eras un muchacho, ibas a donde querías; cuando seas viejo, te llevarán a donde no quieras».

«La pobreza como camino del discípulo» reafirmó el pontífice. Sí, «el discípulo, pobre, porque su riqueza es Jesús. Pobre, porque no está apegado a la riqueza: primer paso. Pobre, porque es paciente frente a pequeñas o grandes persecuciones: segundo paso. Pobre, porque entra en este estado de ánimo al final de la vida que nos recuerda el de San Pablo: abandonado». Y «el mismo camino de Jesús que termina con esa oración al Padre: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”».

«Que esta revelación de la predilección del Señor por la pobreza», concluyó Francisco, «nos ayude a avanzar y orar por los discípulos, por todos los discípulos, sean sacerdotes, hermanas, obispos, papas, laicos: todos. Para que sepan recorrer el camino de la pobreza como quiere el Señor».

(Santa Marta, 18 de octubre de 2018)


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